¿Cuántas veces nos encontramos con esta frase y nos piden la fórmula mágica para poder recuperar ese agua cristalina que tenía la piscina hace unos días? "Y eso que además estoy echando cloro y filtrando un montón de horas, ¡y no lo consigo!", nos comentan. Pues bien, esa fórmula mágica no existe. El hecho es que podemos tener tantas causas como posibles soluciones.
El pH, el principal parámetro a controlar
Lo primero que debemos comprobar y mantener siempre bajo control es el pH del agua, el parámetro más importante y sobre el que giran los demás, así como el equilibrio del agua en sí. Un pH alto inactiva el cloro, sin importar cuanta cantidad añadamos. Por tanto, si no bajamos el pH al valor óptimo, nunca recuperaremos el agua, ya que el cloro no podrá eliminar algas, materia orgánica o cualquier otro microrganismo.
Además, un pH elevado puede provocar precipitaciones calcáreas que agravan el problema al aportar mayor turbidez y saturar el filtro. Así pues, el primer paso será medir y ajustar el pH con un pHmetro confiable que nos proporcione mediciones precisas.
¿Cómo afecta el pH a la eficacia del cloro?
En este gráfico podemos ver cómo afecta el pH a la capacidad biocida, oxidante y desinfectante del cloro:
A pH entre 6 y 9, el cloro añadido al agua se disocia en dos formas: ácido hipocloroso (HOCl) (curva azul) e ión hipoclorito (OCl⁻) (curva verde).
Solo el ácido hipocloroso posee capacidad desinfectante. El hipoclorito no ejerce ningún poder biocida ni oxidante. Por tanto, como muestra el gráfico, cuanto más sube el pH, menor es la capacidad de desinfección del cloro añadido.
- Ácido hipocloroso (HOCl) → SÍ tiene poder desinfectante.
- Ión hipoclorito (OCl⁻) → NO tiene poder desinfectante.
¿No consigues reducir el pH? Revisa la alcalinidad
Otro problema frecuente es que no conseguimos bajar el pH mediante la adición de ácido, ya que el agua parece estar “tamponada” en un valor alto. Esto suele deberse a una alcalinidad total elevada. El bisulfato sódico suele funcionar bien para reducir la alcalinidad y, posteriormente, poder ajustar con facilidad el pH. Para ello, recomendamos medir la alcalinidad con un fotómetro y así determinar con precisión la cantidad necesaria a añadir.
Ácido isocianúrico: el estabilizante que puede echarlo todo a perder
Otro problema muy habitual que impide revertir el mal estado del agua es la excesiva concentración de ácido isocianúrico. Este compuesto, que actúa como estabilizante del cloro, se introduce en la piscina directamente o a través de tabletas o granulados sólidos de cloro. El problema es que inhibe la acción del cloro como biocida, dejándolo prácticamente inactivo a partir de valores relativamente bajos.
El ácido isocianúrico (CYA) estabiliza el cloro, pero en exceso lo vuelve ineficaz como desinfectante. Lo preocupante es que, aunque el nivel de cloro parezca correcto, su poder desinfectante cae en picado si hay demasiado CYA.
En estos casos, una medida directa de la concentración de cloro no reflejará la pérdida de eficacia, lo que puede derivar en una caída drástica del poder desinfectante y, como consecuencia, en una piscina en mal estado.
En el eje de ordenadas del gráfico se muestra el ORP (potencial de oxidación-reducción del agua), que indica el poder desinfectante. En el eje de abscisas se representa la concentración de CYA (ácido isocianúrico disuelto).
Por esta razón, cada vez más países limitan los niveles de ácido isocianúrico permitidos. Si no se dispone de una medida de redox (ORP) que nos alerte de esta situación, el problema puede agravarse: se sigue añadiendo cloro para combatir la aparición de algas, sin advertir que también se está aumentando el nivel de isocianúrico, lo que reduce aún más la eficacia desinfectante. Esto puede llevar a concentraciones innecesariamente altas de cloro, mayores costes de mantenimiento y sin resolver el problema. De hecho, la única forma de reducir la concentración de CYA es renovando parte del agua de la piscina.
Otros enemigos del cloro: fosfatos y nitratos
Otros factores que afectan a la demanda de cloro (esta vez de forma indirecta) son los nutrientes, como nitratos y, sobre todo, fosfatos.
El cloro oxida las formas nitrogenadas y fosfatadas, pero estos compuestos son el principal alimento de las algas. Cuantos más nutrientes haya, mayor será la tasa de crecimiento de algas, superando la capacidad destructiva del cloro. Esto también se refleja en una disminución del ORP.
Cualquier biocida, además de eliminar bacterias, virus, hongos o algas, debe también oxidar la materia orgánica proveniente de los bañistas (sudor, orina, etc.) o del entorno (hojas, polvo, suciedad). Esto puede incrementar notablemente la demanda de cloro y generar cloraminas, compuestos secundarios no deseados. Sin embargo, al medir y controlar la consigna del nivel de ORP, no es necesario preocuparse por estos interferentes, ya que mantendremos el nivel óptimo de oxidación.
Conclusión: el cloro por sí solo no basta
En resumen, a pesar de la creencia popular, una concentración de cloro libre por encima de 1,5 ppm no garantiza una desinfección ni una oxidación completas. Lo que sí lo garantiza es un valor de 700 mV de ORP. Por tanto, independientemente de la concentración de cloro necesaria para alcanzar ese valor, lo importante es no bajar de esa medida de redox, lo cual asegura una piscina saludable.
Evidentemente, si la piscina está sujeta a regulación por el Real Decreto 742/2013 para piscinas de uso público, se debe también controlar que la concentración de biocida esté dentro de los límites establecidos.
La OMS recomienda un mínimo de 650 mV de redox para asegurar una correcta desinfección, pero es recomendable superar este valor, ya que la distribución del agua no es uniforme y podrían existir zonas con valores inferiores. Sin embargo, un nivel de oxidación excesivamente alto no es necesario. Por eso, conviene detener la adición de biocida al alcanzar entre 700 y 800 mV. Para mantener controlada la medida de redox lo ideal es un equipo automático de medición y dosificación.
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